Érase una vez un hombre, que se paró a observar lo que más conocía, los árboles.
No suelen ser muchas las ocasiones en las que nos paramos a observar y a entender lo que la naturaleza puede ofrecernos, y las soluciones que en ella podemos encontrar para resolver multitud de problemas relacionados con nuestra vida y nuestro entorno.
A veces, hay que mirar algo más allá y disponer del talento y las ganas para entender y transformar lo que la naturaleza nos está diciendo.
Allá por finales de los 80´s, este tipo de conjunciones que son tan escasas en el transcurso de nuestra humanidad, se produjeron y concentraron en este hombre sabio. Necesitaba curar los árboles, pero respetando al máximo su vida y su biología.
Pensó entonces, que de los árboles debía de provenir la mejor y más respetuosa forma de tratar a otros árboles, y así conectó a la Savia con la Savia, para solucionar problemas de plagas, enfermedades y carencias nutricionales.
Va ya para 30 años el agradecimiento del olmo, la palmera, el pino o el olivo hacia su hermano, el árbol del caucho, desde cuya savia se extrae el material clave para curar sus enfermedades, pero con el mimo y cuidado que merecen.
Y vino el picudo, y vino la procesionaria, y vendrán más intrusos, pero el caucho siempre estará ahí, para donar su “sangre” a la ciencia, y permitir a los investigadores curar a otros árboles, con su inagotable e incomparable material elástico.
Pero no sólo cura y protege a los árboles, sino que cuida la salud de las personas y vela por el medioambiente, pues son ellas las que deben seguir cuidándolo y es él la fuente de donde seguir respirando.
Aquél sabio se llama Ricardo Fernández Escobar, y su legado Fertinyect, que seguirá al menos 30 años más trabajando desde la Savia, para la Savia.